Era martes y decidimos pasarlo descansando en la playa así que después de desayunar nos bajamos hacia allí. El mar estaba en clama, muy claro, en una variada gama de azules. Decidí bañarme. Se podía ir andando sobre un puente hasta la zona de profundidad pero preferí ir andando. Por el camino, en los pequeños charcos entre las rocas podía ver multitud de caracolas y estrellas de mar de finos brazos que habían quedado atrapadas en la bajamar. Cuando el agua empezó a llegarme por los tobillos pequeños peces plateados pasaban jugueteando cerca de mí. Al fin llegué a la zona que cubría lo suficiente para nadar. ¡Qué delicia! Agua tibia, transparente. No sé cuánto tiempo estuve allí. Pasé la mañana en la playa y a ella volví después de comer.
Alrededor de las 4 decidimos darnos un baño en una de las piscinas y subir a la habitación para cambiarnos y tomar un carcadé, ¡cómo no! A las 5 y media nos llamó nuestro guía y amigo ya Abdou. El día anterior le comenté que quería conseguir un teclado en árabe y me habló de la posibilidad de parar en una tienda al día siguiente después de bucear pero tenía dudas de que el Ramadán, el mes del ayuno musulmán, acabara ese día y entonces las tiendas estarían cerradas por la fiesta del fin del ayuno, Aid el-Fikhr así que me lo había comprado y, en un gesto de la amabilidad egipcia lo trajo hasta el hotel (a 20km de Hurghada)
En este punto tengo que decir que hay dos Egipto, el turístico y el real. Alrededor del turismo se forma un circo para contentar a unos turistas que, para ellos, vienen a sacar todo lo que pueden de Egipto pero ni aportan, ni quieren conocer realmente a su pueblo y al mismo tiempo ellos intentan sacar de los turistas todo lo que pueden. Por otro lado, el de la gente sencilla y amable, que si te molestas en conocer te cautiva.
Después de la cena y en un hotel en el que éramos los únicos españoles (hay que decir que está lleno de rusos, italianos y alemanes y me voy a abstener de comentar la pinta que tenían las rusas por educación) nos dirigimos a la terraza para tomar un refresco y escuchar música de jazz.
Al día siguiente habíamos quedado con Abdou y dos compañeros del otro hotel para ir mar adentro a hacer snorkel. La gran ventaja del Mar Rojo es que se puede disfrutar de las bellezas de sus arrecifes de coral con unas simples gafas, un par de aletas y un tubo. Tras más o menos una hora de navegación llegamos a un atolón coralino. No hacía falta botella porque había poca profundidad. El espectáculo era increíble. Cientos de peces de todos los tamaños y colores jugueteaban entre los corales. Nunca había pasado tanto tiempo en el agua, se me pasó el tiempo volando. A bordo nos ofrecieron una comida ligera y Abdou preparó un té. Es un joven culto y agradable con muchas ganas de conocer cosas. Hablamos mucho, el preguntaba sobre un tema y yo sobre otro. El pobre seguía de ramadán y no podía beber y sus labios y garganta estaban resecos.
Realizamos una segunda inmersión en la tarde. Ahora el agua estaba un poco más movida porque había subido la marea pero igualmente fue delicioso. Pasada una hora volvimos al barco y regresamos a puerto y de ahí al hotel.
Tras la cena dimos un paseo por la playa y el puente sobre el mar y nos despedimos de él y de ese cielo plagado de estrellas.
Al día siguiente volábamos a El Cairo y de ahí a Madrid. Ahora escribo todo lo que recuerdo y miro las fotos y les pongo título por miedo a olvidar un solo detalle. He estado en otros lugares de la antigüedad, pero ninguno me ha marcado como Egipto. Y es que la magia de los antiguos dioses aún está presente allí, Egipto tiene magia.
Sé que volveré algún día, con mi hija, a la que le entusiasma tanto como a mí, cuando sea mayor. Mientras tanto conservaré en mi memoria todo lo que vi, oí y sentí: la humedad del Nilo y del Mar Rojo, la belleza de sus templos, el sonido del viento en Abu Simbel, los aromas de esencias y especias y, sobre todo, la sonrisa y la mirada de la gente. Sin duda alguna, Egipto es hermoso.
Alrededor de las 4 decidimos darnos un baño en una de las piscinas y subir a la habitación para cambiarnos y tomar un carcadé, ¡cómo no! A las 5 y media nos llamó nuestro guía y amigo ya Abdou. El día anterior le comenté que quería conseguir un teclado en árabe y me habló de la posibilidad de parar en una tienda al día siguiente después de bucear pero tenía dudas de que el Ramadán, el mes del ayuno musulmán, acabara ese día y entonces las tiendas estarían cerradas por la fiesta del fin del ayuno, Aid el-Fikhr así que me lo había comprado y, en un gesto de la amabilidad egipcia lo trajo hasta el hotel (a 20km de Hurghada)
En este punto tengo que decir que hay dos Egipto, el turístico y el real. Alrededor del turismo se forma un circo para contentar a unos turistas que, para ellos, vienen a sacar todo lo que pueden de Egipto pero ni aportan, ni quieren conocer realmente a su pueblo y al mismo tiempo ellos intentan sacar de los turistas todo lo que pueden. Por otro lado, el de la gente sencilla y amable, que si te molestas en conocer te cautiva.
Después de la cena y en un hotel en el que éramos los únicos españoles (hay que decir que está lleno de rusos, italianos y alemanes y me voy a abstener de comentar la pinta que tenían las rusas por educación) nos dirigimos a la terraza para tomar un refresco y escuchar música de jazz.
Al día siguiente habíamos quedado con Abdou y dos compañeros del otro hotel para ir mar adentro a hacer snorkel. La gran ventaja del Mar Rojo es que se puede disfrutar de las bellezas de sus arrecifes de coral con unas simples gafas, un par de aletas y un tubo. Tras más o menos una hora de navegación llegamos a un atolón coralino. No hacía falta botella porque había poca profundidad. El espectáculo era increíble. Cientos de peces de todos los tamaños y colores jugueteaban entre los corales. Nunca había pasado tanto tiempo en el agua, se me pasó el tiempo volando. A bordo nos ofrecieron una comida ligera y Abdou preparó un té. Es un joven culto y agradable con muchas ganas de conocer cosas. Hablamos mucho, el preguntaba sobre un tema y yo sobre otro. El pobre seguía de ramadán y no podía beber y sus labios y garganta estaban resecos.
Realizamos una segunda inmersión en la tarde. Ahora el agua estaba un poco más movida porque había subido la marea pero igualmente fue delicioso. Pasada una hora volvimos al barco y regresamos a puerto y de ahí al hotel.
Tras la cena dimos un paseo por la playa y el puente sobre el mar y nos despedimos de él y de ese cielo plagado de estrellas.
Al día siguiente volábamos a El Cairo y de ahí a Madrid. Ahora escribo todo lo que recuerdo y miro las fotos y les pongo título por miedo a olvidar un solo detalle. He estado en otros lugares de la antigüedad, pero ninguno me ha marcado como Egipto. Y es que la magia de los antiguos dioses aún está presente allí, Egipto tiene magia.
Sé que volveré algún día, con mi hija, a la que le entusiasma tanto como a mí, cuando sea mayor. Mientras tanto conservaré en mi memoria todo lo que vi, oí y sentí: la humedad del Nilo y del Mar Rojo, la belleza de sus templos, el sonido del viento en Abu Simbel, los aromas de esencias y especias y, sobre todo, la sonrisa y la mirada de la gente. Sin duda alguna, Egipto es hermoso.
2 comentarios:
gracias marta por compartirnos tan maravillosa experiencia,, yo siento q tambien estuve nadando en ese mar mientras leia el relato !! besos !!
joer!!!! y tanto que nos traslada con sus relatos!!! hasta me he atragantado con el agua!!! jajajaja
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