CLUB DE COTORRAS

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Os quiero despeinados y sin la ortodoxia que es la raya a un lado. Os quiero diciéndome siempre que preferís salir a jugar a la calle antes que hacer los deberes. Os quiero en movimiento mejor que parados, y haciendo preguntas por ahí antes que aventurándoos a contestarlas. Aunque acabéis hasta las narices de vanas respuestas.
Os quiero conmovidos antes que pasando de largo, qué sé yo, lamentando de vez en cuando la mala suerte del otro antes que celebrando la propia; plantando la palma de la mano en este lado del cristal del coche, cuando se acerca el tullido del semáforo y vuestro padre acelera como una rata.
Os quiero empezando un libro por el medio si es que así lo empezáis. O dejándolo a medias. Afrontando la aventura de leer a la manera que dice Pennac: cumpliendo con el supremo derecho del lector (aunque sea un primer lector) de mandar el libro a la mierda si no es divertido.
Os quiero coloreando un sol que no sea siempre amarillo, pintando al dragón de lo que sea menos de verde, escribiendo una historia abracadabrante en la que al fin sea el caballero el que está preso en la torre y sea precisamente la princesa la que tenga que venir a rescatarlo.
Os quiero del Sur y sin perder el norte. De la margen izquierda de la ría, qué le vamos a hacer. Como cabras tirando al monte. Mojándoos antes que siempre secos. Celebrando que el delantero centro lance el balón fuera porque sabía que el penalty era injusto.
Y por supuesto, hasta ahí podíamos llegar, os quiero mucho más del Coyote que del Correcaminos.
(...)
No digo yo tanto como Panero en ese desgarro hipnótico llamado El desencanto, donde en un momento del documental sostiene amargo que "la infancia es vivir y que todo lo demás es sobrevivir". Pero sí arriesgo aquí que la escuela no es inocente en la debacle adulta: los críos llegan con unas maravillosas prestaciones de serie a la puerta del colegio, pero hay toda una termomix (educar es reprimir) pensada para mixturarlos. Porque el objetivo último de la novuelle cuisine del siglo XXI es que todos sepamos igual.
Cuando los veo así, en posición orante, a su modo genuflexos (estudiando con ocho años el significado de la palabra calambur o paralelogramo), me pregunto si queremos que la escuela sea un vivero de hombres libres o una nave de gallinas ponedoras bajo luz artificial. Si el sistema educativo no es a veces una forma terrible de desaprenderlo todo. Si el saber maravilloso no es envuelto cada vez más bajo la forma de un cardo. Qué preguntas hará la generación que viene en las ruedas de prensa, si es que un día tienen un ministro a tiro. Si es verdad que uno deja de jugar porque envejece o no es más bien al revés: envejece porque deja de jugar.
(...)
Os quiero jugando, claro. Botando en la cama antes que con el culito pegado al asiento (mamá me va a matar), chupándoos los dedos ahora que el mundo es una enorme manzana colorada, os quiero maleducados en todo eso, y también cuando desobedecéis ante la orden absurda de no señalar. Como si no hubiera motivos para hacerlo.
Os quiero pintando el lienzo de la vida con las manos, la cara del lunes con su arrebol de sábado.   
Os quiero dudando de que estáis seguros. Os quiero seguros para dudar de todo.
Picasso sabía que sólo es posible salvarnos si somos como vosotros fuera de la Academia, así de bestias, así de primitivos. Picasso, que decía que a los 12 años dibujaba como Rafael y que tardó toda la vida en aprender a dibujar como un niño.
Artículo de El Mundo al que me adhiero. Fabricamos niños en serie cuando la genialidad está en la diferencia.

1 comentarios:

susanita dijo...

que hermoso

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