CLUB DE COTORRAS

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IMG_0616Henro -peregrino- entrando al templo Ishiteji, el número 51 de la ruta.
Las capillas se cambian por pagodas y las flechas amarillas por muñecos rojos. Tallas budistas a cambio de cruces y un gorro susenaga que portar en lugar de una vieira. Pero la filosofía es la misma: en torno a Shikoku, una isla semidesconocida al sur de Japón, discurre un Camino de Santiago. Peculiarmente circular, el peregrinaje de los 88 templos sagrados de Shikoku sigue el perímetro de la isla a lo largo de 1.400 kilómetros.
“Los templos solo marcan el peregrinaje, no son el peregrinaje”, es una frase que escuchamos varias veces en la isla. Una famosa cita del libro Peregrinaje japonés, que a pesar de ser cierta se puede poner en duda al entrar en algunos de los 88 templos budistas. Un ejemplo: cojamos el número 51, Ishiteji, uno de los más conocidos. Algo que no extraña cuando lo ves. Pongamos que estás en Dōgo Onsen, un famoso balneario del siglo XIX. Y que para llegar al templo sabes que hay que seguir una carretera hasta encontrar una cueva oculta excavada en roca. Supongamos que la encuentras -no a la primera-, y que recuerdas lo que te han dicho sobre que es una alegoría del camino hacia la iluminación budista. Por eso te internas en las tinieblas que cubren un pasillo de cientos de metros, dividido a lo largo en dos por una cuerda, atada a su vez a decenas de estatuillas de piedra con gorros y baberos rojos. Que sonríen tan en paz como perturban.

Debatiéndote entre mirar o no a los pequeños, comienzas a caminar tanteando las paredes húmedas, en las que cada pocos pasos hay débiles bombillas que en vez de luchar contra la oscuridad le dan fuerza. De vez en cuando el pasillo de roca se ensancha en estancias más amplias en las que reina esa clase de silencio que intenta crear alguien que no quiere hacer ruido. El flash de la cámara abre brechas en la penumbra; siniestros fogonazos que revelan que solo hay altas estatuas de madera pintada de colores. Menos mal. Aun así aligeras el paso hasta que por fin, al fondo, se ve la iluminación del día. Y eso que solo era una de las cuevas de entrada a Ishiteji, el número 51.
Estatuillas protegidas con baberos en el templo de IshitejiUn templo encerrado en un tupido bosque en el que las ofrendas van por montones. Hay pilas de grullas de papel de colores, de guijarros manuscritos o de palillos de incienso a punto de colapsar. Monedas de un yen, zumos, tablillas, cascabeles de latón, estatuillas de cuarzo y muñecos de peluche también se amontonan ante las deidades. Pero es que no hay un solo objeto que se pueda sentir solo: velas por encender, flores silvestres cortadas que beben de vasos de plástico o un ejército de estatuillas protegidas con baberos y más gorritos de lana, los llamados protectores de los viajeros y los niños. Por entre todo esto deambulan varios peregrinos recitando oraciones y frotando su rosario entre las manos. Ishiteji es suficientemente grande como para pasar horas de exploración bajo la mirada de la estatua gigante de Kūkai que domina la misma montaña que atraviesa la perturbadora cueva.         
Es por este santo budista japonés por quien se hace todo el recorrido. Se dice que el también llamado Kōbō Daishi, una referencia en el budismo japonés más importante que el mismo Buda, entrenó en estos templos a lo largo de su vida, allá por el siglo IX. Entre otras muchas cosas, a Kūkai se le atribuye la fundación de la Escuela Shingon de budismo esotérico. Intrigantes muestras de esta rama, en la que Japón ha sido y es un referente fuera de la India  y el Tíbet, se esparcen por el itinerario.
También desperdigados, los peregrinos, conocidos como henro, siguen las huellas del santo en una de las RECURSO 3 poquísimas peregrinaciones cíclicas del mundo. Es más duro que el Camino de Santiago, que muchos toman como referencia, aunque las diferencias igualan a las semejanzas. Hay quien lo completa en coche o autobús, y no ha sido reconocido como patrimonio de la humanidad, como ocurre con el Camino y el peregrinaje de la península Kii, también en Japón. Pero debería: series de jornadas montañosas por el lluvioso sur se suceden con etapas en las que se bordean acantilados y otras en que los templos se alcanzan en cadena, llegando a cuatro o cinco en un día. Pero también hay tramos en los que los peregrinos solo ven asfalto y coches que zumban a su lado por la falta de aceras o andenes. 
Uno de ellos es Takeda, 58 años, profesor de Física en una universidad de Hokkaido, al norte de Japón. Está a punto de concluir dos tercios del camino por los que ha andado solo en un mes unos 30 kilómetros diarios. Cuenta que lo más complicado se lo encontró al sur, en la montaña Ishizuchi, la que, de querer seguir la tradición, hay que escalar trepando por unas cadenas clavadas en la roca. Se acaban sus vacaciones y el resto del peregrinaje se lo reserva. Volverá para hacer el ritual en los 37 templos sagrados que le quedan: reverencia en la entrada, lavativa de manos y boca, toque de campana, copiar un Sutra (una especie de oración) e introducirlo con un donativo en una caja, encender incienso y vela, unir las manos y rezar, pagar por recibir el sello del templo y despedirse con otra reverencia. Takeda lo acompañaba de otro ritual también muy nipón: hacerse una foto a sí mismo con un trípode.
RECURSO 2Los motivos para emprender este peregrinaje, también conocido como Shikoku-O, son tan variados como los del que termina en Galicia. Ni el profesor universitario ni Tomoaki, un estudiante que lo hace por etapas cada fin de semana, caminaban por un motivo religioso. Sí es este el que guia a muchos ancianos que se acercan a cada santuario en coche ataviados con el gorro susegana y las vestiduras blancas. Se acercan a los templos apoyados en un bastón, otro elemento simbólico que alude a la profunda conexión con Kūkai y con los peregrinos muertos en esta ruta referenciada ya en el siglo XII. Creencias individuales aparte, uno no puede evitar impregnarse de la espiritualidad que emana; otro punto en común con la ruta jacobea.
En Matsuyama nos encontramos al tejano Matthew, que personifica esta conexión al declararse un RECURSO 1 enamorado de ambas peregrinaciones. Hizo el Camino hace unos años, donde se encontró con un japonés que le habló del Shikoku-O y de las oportunidades que su patria le ofrecía como profesor de inglés. Al final se decidió por probar los 88 templos, y dando esta vuelta de 1.400 kilómetros conoció a la que hoy es su mujer. Han abierto un albergue en la ruta, y en verano volverán a España para recorrer juntos el Camino. Matthew corrobora que la peregrinación japonesa requiere más esfuerzo que la de Santiago, pero que en cuanto a placeres mundanos, “se disfruta mucho menos… ¡cada etapa española acaba con una comida exquisita y vino!”. El estadounidense añade que es habitual hacer este peregrinaje en soledad: “Tiene un punto más espiritual, menos social que el Camino, aunque con matices, porque entre templo y templo está muy arraigada la cultura del osettai (dar sin recibir nada a cambio)”. Cuenta que los propios locales entregan regalos a los henro porque se cree que así obsequian al propio Kūkai, quien supuestamente nació en el templo número 75.
Aunque lo de numerar cada templo solo nace de la organización obsesiva de los japoneses. No hace falta empezar por el número uno, ni hacerlo en sentido horario; aunque al revés es más difícil porque las indicaciones son más difíciles de encontrar. La regla es que el primer templo que visites marca el fin del camino. Aunque lo normal es que sea Ōkuboji, el número 88, donde los henro dejan lo que se ha transportado, como en Finisterre. Pero este número redondo no representa todos los que son. Centenares de lugares sagrados jalonan la ruta a modo de bonus inesperados.
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Cueva de entrada a Ishiteji, con sus estatuillas arropadas por gorros y baberos.
Con uno de ellos nos topamos en el camino. Su forma de nave espacial se adivina entre las copas de los arboles desde la carretera que lleva a la cueva de la que hablábamos. El lugar está sumido en un sopor tétrico, como si los tiempos modernos tuviesen vetada la entrada y tú mismo no debieras estar ahí. La única puerta la pone la maleza salvaje que crece espoleada por años de abandono, y que se puede cruzar ignorando un profano presentimiento (¿o es un escalofrío?) que sacude por dentro. Hace rato que no se ve a nadie en los alrededores.
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Detalle de las pequeñas tallas de madera que reposan en la mandala de Matsuyama. 
Unas manos gigantes de piedra que forman un cuenco rebosan de canicas de cristal y marcan la entrada. A un costado y en posición de loto, un buda anoréxico, ejemplo de cómo el ascetismo extremo es un comportamiento incorrecto, le pone un toque más inquietante. Las bolitas de cristal, ofrendas que los peregrinos van dejando caer de sus rosarios, adoquinan la hierba. Entramos. Lienzos y tallas de madera de distintas figuras hinduistas y budistas. Un aperitivo de lo que espera arriba. Porque lo que parecía una nave espacial contiene un mandala budista, ejemplo del esoterismo más caótico e incomprensible. Apareces en medio de un círculo cuyas paredes encierran un diagrama que se utiliza como guía de la meditación. Pero no solo estás en el centro. Eres el centro de atención.
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Tallas de madera y butacas de terciopelo predican el Budismo Esoterico en Matsuyama.
Doscientas tallas de madera te miran fijamente, porque no tienen a nadie más a quien mirar. Te sientes culpable y no sabes por qué. Las hay bonachonas y entrañables, maléficas y desfiguradas. Desde los dos palmos de alto a los dos metros. Algunas, con una expresión de insoportable dolor y otras, de profunda paz. No hay dos iguales, porque cada una está tallada por una persona diferente. El polvo y la dejadez de este lugar repleto de tesoros contrastan con un aparato de sonido que ocupa el centro de la estancia. Varias butacas de terciopelo rojo, como traídas de un viejo cine sobre la espalda de David Lynch, descansan entre las estatuas invitándote a tomar asiento y, tal vez, convertirte en una de ellas. Una pequeña valla y una aprensión irracional te disuaden de intentarlo.
IMG_0643Peregrinos entrando en el templo número 50 de la peregrinación de los 88 templos.
Tomado de El País

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