¿Sabes en qué rincón de España se elaboró
chocolate por primera vez en Europa? Fue en el año 1534 y se lo envió un
monje al abad del Monasterio al que pertenecía
Monjes de la Orden Cisterciense elaboran chocolate en la cocina del Monasterio de Piedra, en Nuévalos (Zaragoza)
«Cuando uno lo sorbe, puede viajar toda una
jornada sin cansarse y sin tener necesidad de alimentarse». Así novelaba Hernán
Cortés algunas de las virtudes que tenía aquel producto descubierto en su
expedición por tierras dominadas por Moctezuma en México y que era conocido en
la mitología azteca como el «alimento de los dioses», nada menos. De hecho,
según la leyenda, el dios Quetzalcoatl regaló a los hombres el árbol del cacao
antes de ser expulsados del Paraíso. Con este fruto divino, los hombres adquirían
vigor y fuerza. En la cultura española, no aparece referido el cacao antes de
una carta con firma del propio Cortés que data del 30-10-1520. En esas líneas
se menta a este producto como una fruta con almendras, que en tierras mexicanas
«venden molida» y que usan por moneda para algunos pagos, símbolo de la
importancia que concedían los aztecas a estos granos.
Con esa moneda se compran cosas necesarias
en los mercados y otros lugares; el chocolate es una contraprestación. Algunos,
como el propio Moctezuma, bebían en copas doradas aquel manjar de color oscuro;
mientras que para Cortés fue un pago a un monje del Císter que lo acompañó en
su aventura por México y que tenía por lugar de arraigo un Monasterio, el de
Piedra, al oeste de la provincia de Zaragoza.
A los pies de la hoy flamante cascada de la
Cola de Caballo, uno de los focos de atracción paradisiacos de este lugar de
refugio espiritual, se sitúa la cocina monacal que el visitante recorre en su
periplo por este enclave turístico de la localidad zaragozana de Nuévalos. Aquí
fue, con exactitud, el primer lugar de todo el Viejo Continente donde se
fabricó «oro marrón».
Colón no reparó en la
bebida
En la exposición chocolatera que
protagoniza en la actualidad la oferta hotelera dentro del recinto religioso se
da buena cuenta de cómo fue Fray Jerónimo de Aguilar quien envió el primer saco
de semillas de cacao, junto con la receta del chocolate, al abad del Monasterio
de Piedra, Don Antonio de Álvaro, encargado junto al resto de monjes del cenobio
de fabricar el manjar. Cristóbal Colón no había reparado en aquella bebida
cuasi sagrada, a diferencia de Cortés. Se tiene constancia historiográfica de
cómo los religiosos de la congregación de Zaragoza sí supieron emplear el poder
calórico del chocolate para soportar sus ayunos y conservar aún fuerzas para
trabajar. Lo adaptaron a sus necesidades. Principalmente tomaban el amargo -en
un principio- brebaje como medicina debido a su gran aporte energético.
Con la introducción por Fray Jerónimo de Aguilar
en este espacio museístico y obra de arte medieval construida sobre un espacio
donado a finales del siglo XII por Alfonso II de Aragón, quedaba inaugurada así
la tradición chocolatera que puso la rúbrica a la Orden Cisterciense. De hecho,
en la misma exposición se avala que en algunos monasterios además del insigne
zaragozano, existe una pequeña estancia situada sobre los claustros a la que
llaman chocolatería por ser el lugar donde los frailes colocaban la fogata para
paladear aquel producto llegado de las Américas.
¿Por qué era amargo en
un principio?
El nombre original de esta bebida era
«xocolatl», del que deriva su denominación actual. Los aztecas elaboraban este
líquido a partir del haba del cacao, lo mezclaban y aromatizaban con hierbas,
vainilla, pimienta y otras especias como la guindilla y hasta lo condimentaban
con chile, con el fin de obtener un líquido espeso, oscuro y espumoso que
bebían frío o caliente.
Desde los primeros y remotos tiempos, el
conquistador del imperio azteca reseñó que esta bebida generaba a quien la
degustaba cierta sensación de bienestar y energía inusitada, aunque era
obligado endulzarla con miel, ya que el amargor del achiote que llevaba era
complicado de digerir. En Zaragoza los monjes se apoyaron para lograr este propósito
dulcificador de vainilla, azúcar y canela.
Tras su introducción en España por la
expedición de Cortés, el chocolate tuvo una controvertida historia, fruto de
los usos y costumbres de las mujeres refinadas de la aristocracia, que lo
quisieron «trasladar» incluso al interior de las iglesias para hacer más
llevadero el sermón y para combatir con su candor las frías jornadas de
invierno. No obstante, el chocolate no se expandió tan rápidamente por Europa
como uno se imagina. De hecho, mientras para la alta sociedad española del
siglo XVI constituía un producto selecto y de gran valor, en otras naciones
existen reseñas tan peyorativas como las del italiano Girolamo Benzoni en su
volumen «La Historia del Mondo Nuovo» (1565): «El chocolate parece más una bebida
para cerdos que para ser consumido por la humanidad».
Tardarían varios siglos en explorarse con detenimiento las
virtudes medicinales que Cortés no había podido apreciar en esta bebida dulce
traída a la Nueva España y que, sin duda, albergaba. Entre los siglos XVI y XIX
se populariza como remedio digestivo y estimulante. En nuestro tiempo moderno,
hay dietas que recomiendan tres onzas de chocolate negro como bálsamo para el
dolor menstrual. También es, cómo no, un claro objeto de deseo.