No sé porqué lo considero un día especial... si hoy se murió mi última esperanza de reencontrarte, si cada palabra que pronunciaste me hirió y fueron dardos y más dardos que sólo quebraban más mi alma. ¡Cuánta rabia! ¡Cuánto dolor!
Rabia en tus palabras, en tu tono tan desgarrador buscando las mejores, selectas palabras que descargen más la rabia que sentías y pudiera quedarse en mí.
Dolor en mí, en este corazón que nunca amó y se entregó a aquel amor que nadie, quizá Dios, comprenda. ¡Cómo lo amé! ¡¡¡Cómo aún lo amo!!!
Nadie pudo sembrar margaritas en un terreno tan pedregoso. Nadie, sólo la nefasta astucia de una mujer que amó y creyó ser correspondida. Aún me atormentan tus palabras, aún me ruedan por mis mejillas mil lágrimas y mi corazón sólo jadea pidiendo descansar.
La tarde no está fría, pero la angustia y sensación del amor perdido me abriga de la helada realidad.
Reniego, sí, reniego mil veces de todo, de haberte amado, de haberme entregado y permitir que me destrozaras porque ya no sirvo. ¡¡¡Dios!!! Señor, concédeme tu piedad en forma de resignación. Dame tus manos y aprieta las mías para calentarlas y sentir que aún no he muerto, porque no siento mis latidos, no siento mi tic tac del corazòn... ¡Cómo he muerto hoy, Señor!
Rabia en tus palabras, en tu tono tan desgarrador buscando las mejores, selectas palabras que descargen más la rabia que sentías y pudiera quedarse en mí.
Dolor en mí, en este corazón que nunca amó y se entregó a aquel amor que nadie, quizá Dios, comprenda. ¡Cómo lo amé! ¡¡¡Cómo aún lo amo!!!
Nadie pudo sembrar margaritas en un terreno tan pedregoso. Nadie, sólo la nefasta astucia de una mujer que amó y creyó ser correspondida. Aún me atormentan tus palabras, aún me ruedan por mis mejillas mil lágrimas y mi corazón sólo jadea pidiendo descansar.
La tarde no está fría, pero la angustia y sensación del amor perdido me abriga de la helada realidad.
Reniego, sí, reniego mil veces de todo, de haberte amado, de haberme entregado y permitir que me destrozaras porque ya no sirvo. ¡¡¡Dios!!! Señor, concédeme tu piedad en forma de resignación. Dame tus manos y aprieta las mías para calentarlas y sentir que aún no he muerto, porque no siento mis latidos, no siento mi tic tac del corazòn... ¡Cómo he muerto hoy, Señor!