CLUB DE COTORRAS

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Es verídica la historia, aunque se haya transformado en chascarrillo que se cuenta como chiste en cualquier ambiente, de aquel paciente que, tumbado ya en la camilla, cuando el médico se aproxima para comenzar la exploración, le agarra la entrepierna a la vez que le dice: No vamos a hacernos daño, verdad, doctor?"
Ciertamente hay exploraciones que son más molestas que otras, eso debemos reconocerlo, pero que en ocasiones son absolutamente necesarias. El caso más claro lo constituye el tacto rectal. Consiste, como seguramente sabrán, en que el médico debe introducir un dedo -enguantado y lubricado con vaselina, eso sí- por el ano del paciente. Se utiliza para explorar el tramo final del aparato digestivo y también a su través, mediante el sentido exclusivo del tacto, otros órganos situados en las proximidades anatómicas de esa zona, y de manera muy especial la próstata de los varones; ninguna técnica moderna de exploración prostática ha podido sustituir por completo al tacto rectal, que sigue siendo una maniobra decisiva en el diagnóstico de las enfermedades que afectan a esa extraña y pequeña glándula varonil. 
A la violencia del procedimiento se une la de la postura que tiene que adoptar el paciente para su realización: tumbado en la que se llama técnicamente "posición genupectoral o de la oración mahometana", es decir, boca abajo, con las rodillas y los codos apoyados en el plano de la camilla y con el trasero levantado. Muchos hombres se resisten a esta exploración y el médico debe dedicar un tiempo a convencerles de su necesidad; otros llegan a la consulta del especialista -generalmente el urólogo- ya advertidos de antemano de lo que les espera y se arman de filosofía; algunos, por fin, se someten a ello con un gesto de suprema resignación de su dignidad en aras de la salud. En algunos países, como Estados Unidos, la exploración de la próstata mediante tacto rectal se ha establecido como una práctica rutinaria y regular a todos los hombres mayores de cuarenta y cinco años; se trata de un control como el ginecológico periódico de las mujeres a partir de una cierta edad, que se ha demostrado muy útil para el diagnóstico precoz del cáncer de próstata, una de las causas frecuentes de muerte en el varón. Es de suponer que los hombres americanos acudan a sus revisiones urológicas programadas sin demasiada reticencia, como aquí y en todas partes lo hacen las mujeres al ginecólogo, con la mayor naturalidad.
El médico, asistido por dos de sus ayudantes y la enfermera, se dispone a realizar un tacto rectal a un paciente de avanzada edad; su esposa, también mayor, le acompaña. El hombre ha sido colocado sobre una camilla, recubierta por una limpia sábana verde, en la posición ya conocida, y está muy nervioso, le tiembla todo el cuerpo y no puede apenas permanecer quieto como le indican los doctores. El médico que lleva la operación no deja de dirigirle palabras tranquilizadoras y de asegurarle que aquello va a ser muy breve. Cuando introduce el dedo con la máxima delicadeza que la cuestión permite, el paciente se revuelve violentamente y de pronto exclama: 
-¡Ay, que me corro, que me corro! 
Los tres médicos se miran conteniendo una carcajada; la pobre mujer no sabe dónde esconderse y le gustaría que en ese momento se la tragase la tierra o el suelo de la consulta. 
-¡Que me corro, que me corro! -grita cada vez más insistentemente y cada vez más alto el hombre. 
De pronto alguien se dio cuenta de lo que estaba sucediendo en realidad, pero no tuvo tiempo de remediarlo. El paciente anunciaba con desesperación... que se estaba escurriendo en la camilla por la difícil y forzada postura y por su propia agitación nerviosa. Y la escena terminó con el enfermo en el suelo, su esposa brincando de la silla para cogerlo y los médicos, esos sí, corridos de vergüenza.

2 comentarios:

MUSICALIC dijo...

jaja pobre hombre que verguenza debio pasar

MUSICALIC dijo...

jaja pobre hombre que verguenza debio pasar

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