CLUB DE COTORRAS

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El novio de mi amiga debía de ser el hombre perfecto. Ella no paraba de hablar de lo detallista, atento y cariñoso que era, de sus cualidades emprendedoras en el trabajo, de cómo se volcaba con su familia, de su atractivo físico y, sobre todas las cosas, de que era un verdadero portento en la cama. El otro día conocí al susodicho, y claro está que no pude comprobar por mí misma todas esas facetas, pero puedo aventurarme en un diagnóstico preliminar: mi amiga se ha inventado un novio perfecto, que se parece muy poco al que tiene de verdad.
Sinceramente, no puedo criticarla, yo también he debido de inventarme a una amiga coherente, objetiva y sincera, que por lo visto tampoco tengo.
Pensando en mi amiga, llegué a la conclusión de que todos, en algún momento, nos hemos inventado un amor. Incluso sin existencia física. Por ejemplo, típico momento en el que todas tus amigas del instituto tienen novio, menos tú, y optas por no quedarte fuera de la conversación del momento, inventándote un novio en el pueblo. Puede que a la hora de ir de fiesta o para salir de una situación comprometida, como una declaración de amor a la que no queremos corresponder, también hayamos optado por el "es que estoy con alguien", pese a que no fuera cierto.
Aunque parezca ridículo, hoy en día, tener pareja sigue siendo un motivo importante de presión social, sobre todo en el caso de las mujeres. Recuerdo que mi abuela, cada vez que le contaba lo bien que me iba en la Universidad y todas mis expectativas, me cortaba la conversación para decirme: "Sí, sí, ¿pero cuándo te vas a echar un buen novio?". Ya no somos las únicas. Parece que cada vez más, los hombres tienden a 'inventarse' compañeras para sobrellevar mejor su soledad. Tanto es así que se van perfeccionando a niveles casi aterradores las muñecas que se asemejan a mujeres reales, y que ya no tienen como función solo la de ser un juguete sexual, sino también el de 'hacer compañía'.
No hace falta llegar a tales extremos. La mayoría de nosotros tendemos, si no a inventar, sí a idealizar nuestras relaciones de pareja, por pura supervivencia, o por pura rivalidad. Hay que tener en cuenta que antes había aspectos de la vida de pareja que quedaban en la intimidad, pero hoy, gracias a Facebook o Instagram, podemos hacer un seguimiento diario de los momentos más románticos, e incluso empalagosos a morir, de nuestras parejas más allegadas. Y claro, se crea competencia. No puede ser que ellos sean más felices que tú, así que contraatacas con imágenes, canciones y declaraciones de amor aún más épicas.
Todo con tal de obviar la simple la realidad, que ninguna pareja es perfecta, y que todo el mundo, quien más y quien menos, tiene sus problemas y sus conflictos, solo que eso no se sube con tanta asiduidad a Facebook.
Parte de este problema está en que nunca nadie nos ha enseñado la diferencia entre enamorarse y estar enamorado, y nos decepcionamos sin motivo. Me explico, cuando una va a ver una película romántica, te cuentan cómo se conocen, como se conquistan y cómo se enamoran, no cómo han conseguido que su relación de pareja sobreviviera a los subeybaja constantes que suponen las rutinas de una vida compartida. Y quizás esa historia fuera, además, mucho más bonita. La química inicial no dura siempre, pero las bases sobre las que se construye una verdadera pareja sí que pueden ser más duraderas. 
Tristemente, nuestro empeño en autoconvencernos de que las mariposas en el estómago deben y pueden ser eternas, nos lleva, a veces, a dejar de valorar lo que significa realmente amar. Sí, es cierto, los primeros días, el primer año incluso, es una etapa idílica, pero es solamente una etapa, y la verdadera pareja es la que consigue superar las etapas siguientes. Los problemas, las risas, los conflictos, las lágrimas, las noches de sexo interminables, las batallas, las confesiones, los viajes, las tardes de sexo no tan buenas, las anécdotas, los momentos únicos y los surrealistas, los deseos y los sueños cumplidos, los que nunca se llegarán a cumplir, los que nunca querremos dejar de compartir.
Enamorarse es un proceso casi químico, mientras que el amor, el conseguir que una persona se convierta en muchos sentidos en nuestro amigo, confesor, apoyo, amante, y sobre todo, en nuestro compañero de viaje, es magia, y eso no hace falta inventárselo, más bien trabajárselo.
Tomado de El País

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