CLUB DE COTORRAS

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Este mes, en nuestro centro de salud nos hemos quedado sin pediatra de cabecera. Como otros médicos discretos y comprometidos, la doctora ha abandonado durante una temporada el ambulatorio y se ha ido a Haití, donde el cólera aún no ha tocado techo y afecta con más virulencia a los niños. Haití no es el único lugar donde, de manera trágica, una secuencia de errores aparentemente bienintencionados ha convertido a los salvadores, en este caso los cascos azules responsables del contagio, en verdugos.
El mundo se compadece ante las desgracias ajenas de la misma forma que se fatiga cuando se alargan demasiado. Allí se necesitan manos, además de un mínimo de 164 millones de dólares para frenar la enfermedad, pero, según los portavoces de la ONU, la comunidad internacional mira hacia otro lado. Las escenas de seres humanos agonizando en la calle cuando ya sólo les queda su propio deseo de muerte han coincidido con los infinitos mercadillos solidarios que se orquestan en las ciudades del primer mundo, rastrillos se llaman en Madrid. Hay algo formal que choca en el escaparate de la ayuda solidaria: damas enjoyadas y embutidas en un visón que cuando se enciende el tendido navideño sacan a relucir sus instintos caritativos. Nada tienen que ver sus campañas con las de quienes durante todo el año se dedican a las diferentes causas que retuercen y envilecen el mundo.
Entrar en juicios de valor es un asunto delicado en el tema de la solidaridad. Hoy, cualquier famoso cotizado se identifica con una causa. Le llaman marketing solidario: la celebrity se cubre de una pátina venerable por su compromiso con una ONG, y los afectados se ven beneficiados por el incremento de fondos para paliar sus urgencias; una forma de utilizarse mutuamente siempre que la ayuda llegue a destino. No siempre es así. Ahora han salido a la luz las cuentas de la ONG de Bono, que utilizó 15 millones de dólares de donaciones, casi el total de los ingresos, en pagar sueldos y campañas de publicidad. En los años ochenta, cuando la cooperación internacional se estancó, la ONU recurrió a la estrategia de utilizar a los famosos como gancho. Fueron los tiempos del We are the world o el Live Aid de Bob Geldof. Cinco lustros después, se ha demostrado que para ser una auténtica estrella se necesita una causa solidaria para alcanzar otro tipo de aplauso: el de la excelencia humana.
Aunque, al margen de fraudes, frivolidades y celebrities que se exhiben en el corazón de la pobreza, tras la solidaridad habita no sólo un sentimiento, sino un gen que acaban de identificar unos científicos de la Universidad de Bonn, el gen del altruismo. Algo mucho más profundo y determinante que quienes hacen pornografía del desarrollo y convierten la solidaridad en espectáculo mediático. Otra vez la biología reordenando el mundo.

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